El rastro del sueño Pablo Daniel Correa
El rastro del sueño Pablo Daniel Correa Dicen que el camino de Córdoba a Buenos Aires es largo y parejo: seiscientos, setecientos kilómetros de tierra y rastrojos, campos que huelen a cosecha vieja y a sudor de hombre bueno. Por esos pagos vivía el más chico de los Sosa, el Gonzalito, un gurí flaco, de mirada viva, que soñaba con fierros. Mientras los mayores araban la tierra, él hacía camioncitos con lata y maderita, vehículos chiquitos que corrían por el polvo, levantando nubecitas como si fueran tormentas de juguete. Su destino, decían, era el campo, como el de su padre, su abuelo y sus hermanos. Pero en el pecho del chango latía un motor distinto, uno hecho de sueños y esperanza. Por esos mismos días, el General andaba maquinando un proyecto grande: quería que los trabajadores tuvieran su propio vehículo, que el campo argentino se moviera con ruedas criollas. Pero ni los empresarios del país ni los gringos del norte querían poner un peso en la idea. Los yanquis, sobrador...