Velorios

Velorios 

Pablo Correa


Creo que fue Jose Ingenieros quien dijo “Al par de lo cósmico, lo humano vive en eterno movimiento; la experiencia social es incesante renovación…” Una clara demostración de esto son los rituales y en especial los que tienen que ver con los servicios fúnebres.

Hasta no hace mucho los velatorios se realizaban en los hogares de las personas, muchas veces era en el mismo lugar donde la persona había vivido y muerto. 

Con el tiempo la mayoría de los ancianos dejaron de morir en sus hogares para morir en hospitales, sanatorios y geriátricos, lugares que se especializaron en retrasar lo inevitable.

A la par de la esterilización de la muerte, las casas de sepelio pasaron de ser un lujo a volverse en el lugar común para realizar los rituales correspondientes al fin de la experiencia humana.

Estos lugares cambiaron también de forma, de ser lugares con una sola capilla ardiente (lugar donde se realizan las ceremonias  fúnebres) a tener muchas en la misma locación permitiendo realizar varios servicios a la vez.

Como sucedió el 3 de septiembre de 1998, siendo el día en el que fallecieron el Sr Arterio Gonzales Diaz a la edad de 85 años y el Sr Raul Dias Gonzalez a la edad de 88 años y siendo ambos velados en la misma casa de sepelios de la calle Córdoba en Capital Federal.  

En el salón 1 a las 19:30 empezaba el servicio del Sr Raúl Días González. Acompañado por su única hermana, sus tres  hermanos, muchos sobrinos y una gran cantidad de colegas, amigos y amigas. 

En el salón 2 a las 19:30 empezaba el servicio del Sr Arterio Gonzáles Díaz. Acompañado solamente por su hermana.

Esa noche Sra Josefa Gonzáles Díaz contemplaba ensimismada el féretro, mientras la luz tenue de los sirios le traía los recuerdos de lo que fuera la vida de su hermano.

Recordó la vez que pinchó la pelota de los hijos del vecino, mientras gritaba- si su madre salió alguna vez con algún desconocido, yo podría ser el padre de ustedes- los padres de las criaturas se estaban separando.

Recordó cuando le arrebató su primer sueldo para apostarlo en el hipódromo de Palermo porque tenía una fija y como después con una sonrisa arrogante le devolvió el triple por que había ganado.

Recordó el rostro de su hermano llorando al tener que cerrar su taller por la artrosis y como perdió el dinero de la venta en el bingo. 

Recordando estos hechos y otros más, le pareció natural que nadie se acercara a despedirlo. La Sra Josefa González Díaz no lograba soltar una sola lágrima.

Eran las nueve de la noche cuando entró a la capilla la Sra Amalia Dias Gonzalez. Quien se sorprendió al ver a solo una mujer en la capilla ardiente.

En su estupor empezó a recordar cuando su hermano, el Sr Raúl Días González, le regaló su primera guitarra a su sobrino. Le dijo -Tenés que dejar que la música entre en todo tu cuerpo y ese sentimiento que te entra se llama inspiración-.

Recordó cuando discutieron. Ella quería dejar de enseñar en la universidad para cuidarlo, cuando ya estaba muy avanzada su enfermedad. Su respuesta fue categórica: -¡Primero viene la UBA, después estoy yo!-

Recordó también cuando le salió de garante a su ex marido. Hasta el, que era su mejor amigo, lo olvidó…

En ese momento sintió como una mujer la abrazaba. Aunque no la conocía, también la abrazó, en ese momento era su hermana. La apretó muy fuerte y ambas se pusieron a llorar.   

Con sollozos entrecortados, Josefa empezó a decir: -jugaba, le debía plata a todo el mundo ¡me tenía la concha llena! ¡Pero era mi hermano y lo quiero!

Esas palabras, era mi hermano y lo quiero, tuvieron el poder de romper el trance y la Sra Amalia empezó acercarse al cajón.

Lo observó, le tocó la frente, las manos y fue entonces cuando se dió cuenta ¡Ese no es Raúl! Se había equivocado de sala.


~ Fin ~





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