Lealtad "3º lugar en el Concurso literario de la Direccion de Ayuda Social del congreso de la nacion"


 Lealtad

Pablo Correa


“La lealtad es un faro en la oscuridad,

un refugio en las tormentas de la vida,

una llama que nunca se extinguirá,

una promesa que siempre será cumplida...”

Emily Dickinson


“Un hombre, para ser un verdadero hombre, debe conservar su lealtad”

Gustavo Sosa


El Sol se deslizaba por las casas, todas bajas, todas iguales en su miseria y de allí

se depositaba en el galpón que servía de fábrica en el barrio de Barracas.

El Sol iluminó Barracas cuando los galpones servían sólo cómo depósitos. Salían

cueros para Europa y volvían zapatos. Pero ni cueros ni zapatos eran nuestros, solo

las penas eran del arrabal.

Con el mundo en llamas por la guerra, los galpones se volvieron fábricas.

Con las fábricas vinieron los obreros, tanto de las distintas provincias argentinas

como de todo el mundo. Todos huyendo del hambre y la muerte en búsqueda de

una vida mejor. Así como las olas chocan contra los peñascos, ellos chocaban

contra el suburbio y la miseria.


El 17 fue un día miércoles y se convertiría en un día de mucho calor, con un cielo

limpio y soleado. Las fábricas comienzan a trabajar siempre antes que el sol

aparezca y el sol apareció aún sin que nadie tuviera claro qué sucedía.

Aunque el cielo era límpido, se sentía la electricidad de una tormenta que pronto se

avecinaba.


El sol acariciaba los tinglados de la fábrica y el calor era inaguantable. Pero la

tormenta se dibujaba en la sonrisa de Gustavo Sosa. Su título oficial era de

encargado, aunque en la práctica todavía seguía siendo el capataz del campo de los

Mendizabal, el que oliendo a bosta se cree el dueño de las vacas.

Los Mendizabal se habían quedado en su campo del Chaco y él se vino para

Buenos Aires a chuparle las medias a Ernesto Arredondo, quien tras ganar una

mano de bridge les pidió a Sosa como pago para su nueva fábrica.


En la otra punta de las máquinas, lo más lejos posible de Sosa, el Correntino Mateo

Aguirre podía sentir la sonrisa de Sosa en la nuca y cada tanto llevaba la mano al

facón escondido en su cinto. Como cuando estaba en el monte y sentía que una

víbora lo acechaba.

Frente al Correntino estaba Celestino Esparza, el Benjamin de la fábrica, un joven

italiano de apenas unos quince años que por las pruebas del destino parecía un

gurrumín de diez. Era el hermano menor de toda la fábrica, amado por todos y cada

uno.

El chaqueño era odiado por todos y como todo alcahuete era feliz en el odio y la

infelicidad ajena.

Sosa miraba al Correntino como si lo fuera a ojear al desgraciado.

Aunque el cielo era completamente azul, dentro de la fábrica las negras nubes

descargan rayos entre sí. Que Peron está muy enfermo y está en el hospital militar,

que lo vieron en una lancha que lo llevaba a la isla Martin García, que está detenido

en campo de mayo...

Los susurros cortaban el silencio y hacían tronar los oídos como los relámpagos en

una tormenta.


Sosa saboreaba el momento, cada tanto se relamía, sabía algo que los demás no.

Se podía medir el tiempo en el tamaño de la sonrisa de Sosa, cada minuto que

pasaba se hacía más grande. Para el medio día su felicidad era realmente notoria.

Cómo cada quincena al mediodía, Sosa se sentaba parsimoniosamente en un par

de cajas ubicadas en el centro de la fábrica.


Sin decir nada pero asegurándose que todo el mundo lo viera, abría una caja y

sacaba lentamente su smith and wesson.

Limpiaba cuidadosamente cada una de las balas antes de cargarlas en el tambor.

Una vez listo el seis luces, se paraba sobre las cajas, levantaba lentamente el

revólver en el aire y como cada quince días venía su discurso dónde explicaba

como iba ser el orden para ir a la administración a cobrar el salario.

Si bien el ritual era el mismo que cada quince días, se notaba que lo disfrutaba más

que de costumbre.


El muy miserable se aclaró la garganta y comenzó -Como todos ustedes saben el

Coronel Perón fue obligado a renunciar a la secretaría de trabajo el día 10 de

octubre, día glorioso en donde el orden finalmente le ganó al caos y a la anarquía.

Por fin se va ir componiendo este bendito país. Se acabó la barbarie de compadrear

al patrón para robarle lo que justamente es suyo.

A partir de ahora el aguinaldo se lo cobra a Peron, los días por enfermedad se los

cobra a Peron, el feriado del 12 de octubre ¿a que no saben? se lo cobran a Perón.

van a ir subiendo de dos en dos a la administración...- se fue callando mientras

miraba fijamente y con descreimiento al italianito.

Celestino Sparza, el italianito, había saltado cómo un rayo sobre la mesa de trabajo

para sorpresa de Sosa y gritó -¡Non è giusto!

El chaqueño empezó a bajar el arma para ponerse a tiro y gritó-¡Uno!- pero el

italianito no lo escuchó y siguió gritando- ¡ora quieren che tutto sia come antes!

El chaqueño grito-¡Dos!- y martillo el arma, pero al italianito no le importó, estaba

muy indignado y siguió diciendo -¡Questo dice que Peron verrà ucciso! ¡Lo van a

fusilar!


El chaqueño, iba a gritar Tres pero enmudecio de repente y en vez de disparar sintió

la espalda mojada con algo caliente. Un dolor punzante en el pecho y escucho al

Correntino Mateo Aguirre que le susurraba al oído: -Chamigo, deje al tanito


terminar- Mientras el italianito seguía diciendo: -Los Compagnieros vienen da ogni parte para


rescatar a Perón. Per quanto risguarda la mia posizione personale, penso que

deberíamos andare adesso. ¡Tenemos que ir ora! Chi quiera accompagnarmi lo

haga ahora- saltó del banco al piso y del piso camino a la puerta.

El Chaqueño Gustavo Sosa sentía como la sangre que le brotaba de la espalda le

recorría el muslo y caía lentamente hasta al cajón y del cajón al piso, veía como el

temor se desvanecía de la mirada de los obreros.

Veía como con calma, quienes sí tal vez le hubiera importado menos los intereses

del patrón, podrían haber sido sus amigos y compañeros, iban dejando las

herramientas y a medida que se acercaban a la puerta del galpón empezaban a

cantar “los que están en el montón que se vengan con Perón” daban vítores y se

iban saltando por las calles.

Nadie lo iba a socorrer. Su arma se cayó por su propio peso mientras su mano

derecha perdía toda la fuerza que supo tener alguna vez.


Mientras se iban apagando las voces y los cánticos del exterior, Gastón Sosa se

sentó derrotado sobre los cajones que le servían de escenario.

Su mirada se dirigió al Correntino Mateo Aguirre, quien contemplaba con una media

sonrisa cuando se habían quedado solos.

El Correntino lo miró fijo y le dijo -¿Te preguntarás chamigo porque? No es por

carnero, ni alcahuete del patrón. Tampoco es por tu desprecio a los tuyos compadre

- le dirigió una larga mirada mientras limpiaba lentamente el cuchillo en la

botamanga.

Suspiro lentamente y le siguió diciendo -Te vengo viendo hace rato a vo’, cada vez

que alguno hablaba de que le compró un guardapolvo a su hijito, o un vestido a su

mujer o simplemente que fue a bailar a alguna Milonga vo’ ponías es cara. Ahí está,

esa mirada de desprecio como si ninguno de nosotro mereciera ser feliz, solo tu

patroncito. Solo aña sabe cuántas veces nos disparaste en la sesera mientras

soñabas.

Con cualquier otro yo te lo dejaba pasar, pero ibas a matar al tanito, a un inocente y

eso es imperdonable.

Tomó la mandíbula del chaqueño entre el pulgar y el índice, como quien toma algo

repugnante, sabiendo que lo que iba a decir lo heriría más que cualquier estilete

-Pero sabelo, para el jefecito no vales ni uno solo de los tamangos de mierda que

hacemo acá- y lo empujó con desprecio.

Gastón Sosa cayó en el piso de tierra de la fábrica, tomó él revólver con su mano

izquierda y susurró con sus últimas fuerzas -Un hombre, para ser un verdadero

hombre, debe conservar su lealtad- En la fábrica vacía retumbó un disparo.

La mañana siguiente el sol se abría paso entre los agujeritos del tinglado. La policía

revisó la fábrica y encontraron a Sosa muerto en un sobre un cajón, cerca de la

puerta a Mateo Aguirre desangrado de un disparo y en la caja fuerte de la fábrica

faltaba dinero. Por coincidencia era aproximadamente el monto que había perdido

Ernesto Arredondo, el dueño, en una partida de póquer la noche anterior.


~ Fin ~





Comentarios

Entradas populares de este blog

Velorios

La dama de rojo y la lluvia