Lo evaporable

Lo evaporable

Pablo Correa 


“Dije que el alma no es más que el cuerpo,

Y dije que el cuerpo no es más que el alma,

Y que nada, ni Dios, es más que uno mismo,

Quien camina una milla sin amor, 

se dirige a su propio funeral envuelto en su propia mortaja;

Y yo y tú, sin tener un centavo, 

podemos comprar lo más precioso de la tierra.”

Walt Whitman “Canto a mí mismo”


El sol recorre todos los imperios de oriente, el imperio ching, los Persas y los distintos reinos de la India.

Si uno pudiera destilar su propio ser y colocar en una sartén de cobre sus piernas y sus brazos, como percibe el mundo y como el mundo lo percibe, todos sus pensamientos y recuerdos, vanidad y humildad, glorias y fracasos, amores y desengaños. Dejando que todo su ser se evapore. Esa porción irreductible, ese almíbar, sería el alma. 

O por lo menos es lo que piensan los fakires y algunos Yoguis, y que sometiendo al cuerpo se libera al alma.

El sol detuvo su recorrido en Sicilia, en el mar mediterráneo, dónde se encontraba el reino de Acragas. Mientras el sol torneaba los olivos y el aire mecía lentamente las briznas de pasto. Falaris, el tirano de la ciudad, contemplaba a los cortesanos en su trono.

Más allá, en la vía, vemos a un hombre encorvado, con pústulas en la cara, la barba gris y desgreñada. Tiene las manos llenas de callos por su labor como orfebre y artesano. Sueña cómo acercarse al tirano y poder por fin forjarse una fortuna. Ese hombre de ojos grises y malvados es Perilo, pasó todo el día de ayer observando toros.

Perilo trabajó con su aprendiz durante varios años, lo crió como un hijo. Llegó cuando era pequeño y lo alimentó, le dio un oficio y creció para ser aún más hábil que su maestro. El oro, la plata o el cobre ya no tenían secretos que ocultarle. 

Si bien nunca fue muy afectuoso con su aprendiz, estás últimas semanas había sido especialmente cuidadoso y amable con el joven, al punto de que este se preguntara si finalmente habían sido escuchados sus rezos y por fin tendría la aprobación de su maestro. 

Los golpes en las láminas de cobre retumbaban en los músculos del muchacho y finalmente el toro hecho de cobre quedaría terminado. El animal era ligeramente más grande que el mítico toro de Creta. En las patas cinceladas del animal podía sentirse cada músculo, cada vena y cada pelo. En su torso gigantesco parecía latir un corazón y daba la sensación de respirar. El nivel de detalle era tal que parecía que se lanzaría a correr por las calles. Lo único que no entendía el joven era por qué crear esa especie de silbato en las fosas nasales y por qué la puerta en el lomo.

Ante estas preguntas el viejo Perilo solo se limitaba a sonreír e imaginar su recompensa. Oro y plata, adulación y reconocimiento. Tenía bien claro por qué callar ante su discípulo, mientras le acariciaba la mejilla.

Llegó el día de la audiencia con su majestad, Falaris, tirano de Sicilia observaba con fascinación al toro. Quien a su vez observaba al rey con ojos tan vividos que parecían llorar.

Cuando se levantaron de la obligada reverencia, Perilo acarició la cabeza del joven aprendiz por última vez.

El viejo Perilo con una reverencia empezó a explicar el trabajo realizado. Llamó a su aprendiz y le dijo que entrara en el toro y mugiera para divertimento del rey.

Una vez dentro trabaron la puerta y trajeron leños de alrededor y los dispusieron como en una hoguera. 

Los ojos Perilo destellaban, por la fortuna que imaginaba que el rey le daría. Pero el rey que era un tirano cruel y despiadado se sintió asqueado ante la invención. Así que ordenó que sacarán al aprendiz, le dió una gran recompensa y cuando justo estaban por salir los dos del palacio llamó al viejo Perilo ante el.

Lo forzaron a entrar al toro, prendieron la hoguera y escucharon cómo el agua y la sangre del viejo al hervir hacían mugir al toro.

Ciertamente los hombres santos del lejano oriente creían que a través de la extinción del cuerpo llegaban al nirvana, un estado de completa sabiduría una vez limpiada la impureza que significa tener un cuerpo.

Si tomamos a un hombre y arrojamos todo lo que es el al fuego y vemos cómo todo se reduce. En algunos quedará una esencia pura como el oro, pero en otros solo queda un almíbar negro y nauseabundo. 

Lo que queda es solo el viejo Perilo.

~Fin~







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