Tres diablitos

Tres diablitos 
Pablo Correa 
 

La muerte juega al ajedrez, a Mandinga le gusta los duelos musicales y a los diablos jugar a las cartas. 

Pero además de las cartas también les gusta hacer daño, son mal entretenidos, se deleitan en el sufrimiento ajeno. Animales, otros demonios, pero sobre todo humanos.

Este pequeño pueblo, algunos dicen que está al norte de General Pacheco, otros que en el medio de la Pampa, otros afirman que esto pasó en Merlo de cuando era la estancia de don Francisco. Era un lugar inhóspito. 

Los diablos ponían piedras en los arados, interrumpían el sueño de los vecinos haciendo que los perros aullaran toda la noche y obviamente los mandados dados por demonios superiores. Hacían presa a este lugar de la desdicha.

Cuando comenzaba la hora de las brujas y antes del amanecer. Los diablitos se juntaban bajo un ombú quemado por un rayo cuyas ramas negras y chamuscadas parecían un garra infernal, una de las tantas entradas de servicio al reino de los condenados. Para prepararse para una noche de trabajo o de travesuras y luego para contar su botín antes de entrar al averno. 

Todas las noches eran iguales, algún mandado por allí, alguna maldad por acá y de vuelta a hacer la interminable cola para ingresar al inframundo. Ancho es el camino, pero así y todo, siempre está congestionado.

Menos una noche.

El frío cortaba las mejillas y entumecía las manos. Un viajante venía apretando el paso por el sendero. Estaba perdido en el oscuro monte, la indiferencia de los vecinos lo había golpeado todo el día y el cansancio comía sus huesos. Cuando de pronto vio un pequeño fuego en la base del ombú quemado. 

Se apresuró para alejarse de allí sin hacer ruido, conteniendo la respiración para no llamar la atención. Cuando de la nada apareció un diablito que con la voz aflautada dijo:

Miren a quien nos hemos encontrado 
a un humano extraviado

El hombrecito cayó al piso y se arrastraba de espaldas intentando huir, pero salió a cortarle el paso otro diablito con el vuelo gallináceo de un ala cortada -Ohhh encontraste un nuevo amiguito Azmodeus- El sudor corría frío por su frente mientras era empujado por los diablos al ombú quemado.

Frente a un tocón que los diablitos usaban como mesita, lo estaba esperando otro diablo que dijo dando palmadas en el aire -Azzzzmodeuzzz, Shazzzz¡pfff!- escupía tratando de hablar-yassja… ¡ala mocha!- ¡Shaszazsul!- grito el demonio de la ala cortada -¡te voy arreglar la lengua de un faconazo Nazgul!- ese último grito logró sacar del estupor al pequeño hombre. Ya un poco más avispado se daba cuenta que estaba en una situación de la cual le iba a ser difícil salir.

Mientras miraba de reojo por donde salir corriendo cuando empezaran a pelear los demonios. Azmodeus lo miró y dijo mientras se relamía: 

Mientras estos dos 
se trenzan en vil combate
se van a perder de comer los ojos
que son la mejor parte. 

Es interesante ver cómo se cumple esa máxima ya expresada por Alejandro Dumas "en los escalones del cadalso, la muerte arranca la máscara que ha llevado a lo largo de la vida y se revela el verdadero rostro” viendo que se acercaba el momento de la verdad el viajante se aclaró la garganta y descubriéndose la cabeza dijo -Buenas noches caballeros, mí nombre es Enrique Martínez y mí trabajo es llevar las más grandes maravillas a cada una de las personas que encuentre en mi camino. Los estaba buscando para ofrecerles la oportunidad de sus vidas- Los tres diablitos se quedaron mudos de la sorpresa. En honor a la verdad el propio Enrique estaba sorprendido, ni él mismo sabía de dónde había sacado el coraje y la elocuencia para hablar así. 

Sin perder un segundo abrió su valija y empezó a exponer los artículos que llevaba dentro. -Aqui tenemos hilos de la más fina seda que se pueda conseguir- y sacaba un estuche con hilos comprado a un turco en Once -esta son las mejores tijeras hechas del más fino acero alemán, acá tengo plumas fuentes de mayor calidad y bueno… ni idea qué es esto ... .- Y así prosiguió sacando una cosa tras otra. Pero los diablitos no sentían particular atención por ninguna de esas chucherías. Hasta que del fondo de la valija. 

Sacó un mazo de cartas españolas.

Los ojos de los diablitos se tornaron rojos de codicia al ver el mazo. Fue el momento que aprovechó Enrique Martínez para decir: -Este hermoso mazo de cartas puede ser suyo por la módica suma de 15 centavos y mi libertad, miren la calidad de este mazo- y fue deslizando las cartas una por una. 
Pero los diablitos tenían otros planes, se miraron entre sí y el de la ala mocha tomó la palabra: -Podemos comer primero y jugar con las cartas después - mientras se acercaban lentamente hacia él, riéndose y saboreando el aire como quien va a comer un platillo delicioso. Enrique Martínez decía para sus adentros: -hasta acá me trajo mi truco- pero presa del miedo dijo la palabra “truco” en voz alta y los demonios lo miraron sin entender -es una lástima que no puedan jugar al truco, son solo tres- a lo que nazgul dijo:-lozz mazz antiguozz pactozz exxxtipulan que zolo zeamozz trezz- a lo que Martínez contesto-pero conmigo somos cuatro- Azmodeus miro a sus compañeros y dijo:

Aunque es de mala educación 
Podemos jugar con la comida en esta ocasión
Pero solo por curiosidad…
Ud nos enseñaría ¿Verdad?

Enrique Martínez empezó a guardar sus cosas de la improvisada mesa y haciendo un gesto les indicó a los diablitos que se sentarán y empezó a explicar los valores de las cartas, que el ancho de espadas le gana al de bastos, que dos cartas iguales es envido y aquel cantito que dice "por el rio Paraná iba navegando un piojo, con un hachazo en el ojo y una FLOR en el ojal". 

Pasó toda la noche enseñándoles a jugar. Hasta que finalmente la hora de las brujas terminó y los demonios volvieron al infierno.

Por eso cuando dormimos escuchando el canto de los grillos, a la mañana podemos arar la tierra sin encontrar ninguna piedra y pasar la tarde en armonía y tranquilidad.
Podemos estar seguros que esa noche Enrique Martínez ha estado jugando al truco con los tres diablitos en el ombú quemado.

~Fin~






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