El Sultan, el Mercader y el Espejo.

El Sultan, el Mercader y el Espejo.

Pablo Correa 


Mientras recorre la vida, el hombre anhela cosas maravillosas
 y cuando las cree a su alcance trata de obtenerlas. 
Ese impulso y el de seguir viviendo se parecen mucho.
Nuestro mundo es implacable, pero abunda en cosas maravillosas.

Adolfo Bioy Casares

El calor sitiaba la maravillosa ciudad Alhazar. El tedio y el aburrimiento se posaban sobre las aldabas del palacio, el Sultán daba grandes bostezos, los guardias se esforzaban para mantener los ojos abiertos apoyados en sus gigantescas cimitarras doradas, las concubinas languidecían sobre los grandes almohadones de seda y los sirvientes temblaban de pavor ante el aburrimiento de su majestad.

Los pies de la favorita del Sultán cruzaron la corte cuál una hermosa paloma y postrándose ante su majestad dijo —Oh amadísimo Sultán, hemos oído que en la ciudad hay un mercader que ha recorrido los rincones más recónditos del mundo y ha traído maravillas que superan la imaginación, quisiéramos pedirle a su excelencia que lo invite para mostrarnos tales prodigios.

Al oír esto el Sultán dio dos palmadas en el aire y llamó al Visir, El Visir mandó a llamar al Capitán de sus soldados y este mandó a traer inmediatamente al mercader.

El mercader avanzó a paso lento por el gran salón, posó sus ojos sobre el Sultán, dio dos palmadas en el aire y se postró. Disimulando el terror que este le producía.

Entonces empezaron a cruzar las gigantescas puertas doradas del palacio cientos de carruajes repletos con las mercancías más hermosas jamás vistas, empujadas por las más majestuosas bestias y conducidos por cientos de sirvientes ataviados con las más maravillosas prendas.

Una vez dispuestas las mercaderías como en un gigantesco anfiteatro. El Mercader le dirigió una mirada cómplice al Visir, esperó la señal para levantarse, se aclaró la garganta y levantó una mano al aire diciendo —¡Oh Gran Sultán! hemos recorrido la tierra y andado por ella, solo para traer ante sus ojos los más grandes tesoros, las más grandes maravillas y los más grandes misterios.

Al término de estas palabras cientos de bellísimas bailarinas, vestidas con siete velos con adornos de plata empezaron a dar cabriolas con las telas de seda más finas que alguien haya visto alguna vez, parecía que danzaban sobre las nubes del amanecer.

Pero el Sultán cabeceo de sueño. El Mercader con desagrado hizo otra seña y desaparecieron las bailarinas.

Hicieron su entrada cientos de siervos vestidos con ropajes de color púrpura y brocados de oro portando cientos de jaulas, las cuales abrieron al mismo tiempo y  salieron miles de las más sorprendentes aves que alguna vez hayan surcado los cielos. Aves con los más extraños plumajes jamás vistos, algunas  verdes como el paraíso de los cristianos, algunas blancas como la luna sobre Bagdad y algunas doradas como las arenas del Sahara. 

Pero el Sultán restregó sus ojos, entonces el mercader hizo otra seña con fastidio, las aves entraron en sus jaulas y salieron en menos de un instante.

Hicieron su entrada cientos de siervos vestidos con ropajes más azules que el índigo mismo, cada uno portando un cofre, los abrieron todos al mismo tiempo y empezaron a desfilar frente al Sultán. Contenían artefactos de todos los rincones de la tierra: vajillas de la antigua Grecia con sus Dioses grabados en ellas, las espadas más filosas del lejano Imperio Chino y los más ingeniosos artefactos de Florencia

Mientras pasaban los cofres frente al Sultán, tanto el Mercader como el Visir no dejaban de ver el rostro de su majestad en señal de algún gesto de desaprobación. 

Uno tras otro los cofres pasaban sin ninguna reacción por parte su majestad. Hasta que hubo un cofre que le llamó la atención.

El cofre estaba lleno de los más fabulosos espejos del mundo: los había de plata reluciente, los había con las más hermosas perlas y los había del oro más prístino y brillante jamás visto.

A una seña del mercader se dispusieron todos los espejos formando un espectáculo de reflejos como el Sol posándose sobre el mar. En medio de esa orquesta de reflejos había una nota desafinada. Un pequeño espejo de cobre de apariencia sin valor. 

El Sultan observó al pequeño espejo de cobre, mientras el Mercader transpiraba y  se  disculpaba dando grandes voces —¡Oh su majestad! ¡oh su excelencia! ¡Perdone este terrible error, oh perdone este pequeño desliz! ¡Oh qué ofensa! ¡Se suponía que su alteza no vería ese espejo! ¡Qué vergüenza!— Mientras se agarraba la cabeza —No hay ofensa alguna— dijo el Sultán divertido —No hay nada de malo en un espejo simple y ordinario.

El Mercader observó seriamente al Sultán y dijo —Se equivoca doblemente su majestad, no solo no hay bondad o belleza alguna en ese espejo, si no que tampoco es un simple y ordinario espejo de cobre— y con un ademán le ordenó al siervo más cercano que le trajera el espejo con la intención de guardarlo.

Pero el Sultan se encontraba ya muy intrigado para dejar ir su descubrimiento con tanta facilidad —¿Como que no es un simple espejo de cobre?— dijo mientras le tomaba del brazo para que no guardara el espejo.

Entonces el Mercader, se sentó, apoyó cuidadosamente el espejo en su regazo y dijo —Su majestad, todos los espejos reflejan a quien lo está viendo, es lo normal. Pero no este, este refleja el pasado, el futuro o sus deseos más profundos. Las historias sobre sus orígenes son inciertas, algunos dicen que perteneció a un hombre santo quien encerró en él a un demonio, otros que perteneció a una bruja que lo hechizó como venganza a los hombres, otros en cambio, que fue escupido por el mismísimo Shaitán desde los infiernos como instrumento de destrucción para la humanidad.

Entonces hizo un ademán y apareció uno de sus siervos con una jaula dorada.

Luego tranquilamente dijo —Si su majestad olvida este espejo, le daré a cambio este ruiseñor cuyo canto devolvió la salud al emperador de toda China— Pero el Sultán movió la cabeza de forma negativa.

Apareció un segundo siervo quien traía consigo un odre y el Mercader dijo  —Si su majestad olvida este espejo, le daré a cambio esta poción traída de las Galias capaz de dar a un hombre la fuerza de cien hombres armados— Pero el Sultán volvió a mover la cabeza negativamente.

Apareció un tercer siervo quien traía consigo un pequeño cofre de oro y el Mercader dijo —Si su majestad olvida este espejo, le daré a cambio esta mano que perteneció al rey Midas capaz de convertir en oro todo lo que toca— Pero el Sultán volvió a mover la cabeza negativamente

Ante la tercera negativa, el Mercader con sus dos manos como en ofrenda ofreció el espejo al Sultán y dijo —Su majestad, como único pago por este espejo solicito que yo, mi familia y todos mis sirvientes podamos salir de la ciudad sanos y salvos.

Al oír esto el Sultán dio dos palmadas en el aire y llamó al Visir, El Visir mandó a llamar al Capitán de sus soldados y estos escoltaron a la caravana hasta las puertas de la ciudad. 

Antes de partir de la ciudad de Alhazar, el Mercader le dijo lo siguiente al Capitán de los soldados del Visir —Dile a tu Amo que el trato está cumplido, ahora su majestad no hará otra cosa que ver en el espejo, pensar en el espejo e incluso soñar con el espejo. En quince días su revolución triunfará. Entonces cuando él sea el nuevo Sultán, quisiera poder volver a esta maravillosa ciudad y poder ofrecer algunas de mis mercancías.

La noche comenzaba a cubrir la maravillosa ciudad Alhazar. El calor abandonaba su asedio para dar paso al alivio del crepúsculo. Las calles se cubrían con linternas de mil colores, en las tiendas se encendían lámparas de aceite, en los hogares los hombres regresaban del arduo trabajo.

En el palacio el tedio y el aburrimiento depusieron sus armas y abandonan su asedio para dar paso a los músicos y sus alegres melodías, a las odaliscas y sus sensuales bailes, a los cocineros y sus fastuosos banquetes.

Las lámparas reflejaban su luz sobre las doradas paredes del palacio, sobre los sirvientes trayendo y llevando los alimentos, sobre las hermosas bailarinas y sus cabriolas, sobre los músicos y sus cítaras.

Pero el Sultán ignoraba el festín, la danza y las conspiraciones a su alrededor. Solo miraba al espejo, concentrado solo en el pasado, el futuro y los más oscuros anhelos de su corazón.

La caravana se fue cruzando lentamente el desierto mientras se vislumbraba las primeras estrellas y en el viento se podían oír a los siervos del Mercader cantar aquella antigua canción que dice:

No siempre puedes conseguir  lo que quieres

No siempre puedes conseguir lo que quieres

Pero a veces si te esfuerzas puedes conseguir lo que necesitas


~ Fin ~





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