Un soldado en la niebla Pablo Correa

Un soldado en la niebla 
Pablo Correa

La niebla olía a sangre, excremento y pólvora. Los sonidos de los moribundos llegaban como ecos lejanos y la boca le sabía a barro. El soldado apenas caminaba tambaleándose, con sangre sobre su frente y un dolor punzante en el estómago semejante al temor. Había quedado solo en el campo de batalla, sabía que eso era malo y no sabía dónde estaba y sabía que eso era aún peor.

A lo lejos vio una silueta negra se erguía majestuosa sobre el campo recortando la neblina. Su instinto llevó a que empuñara fuertemente su espada y retrocediera lentamente. Se refregó el sudor de la frente y cuando parpadeo ya no estaba a lo lejos, apenas flotaba a quince pasos frente a él. Volvió a parpadear y no estaba por ningún lado.

Siguió caminando lentamente con la espada desenvainada. Hasta que oyó un lamento cerca de sus pies. Era un hombre cubierto de barro y sangre. Lo miró con desconfianza y empezó a caminar hasta volvió a escuchar el lamento seguido de una palabra sencilla, casi tan inaudible como un rezo “ayuda”. Desandó sus pasos, cargó al hombre sobre sus hombros y comenzó a caminar nuevamente.

El olor a pólvora penetraba en sus pulmones y el barro se metía dentro de sus botas, pero el soldado no dejaba de avanzar. La niebla seguía creciendo y el soldado volvió a ver la figura negra otra vez, está vez a diez pasos de él. 

Está vez alzó su espada y a su vez la figura negra señaló al hombre que llevaba en sus hombros. A lo que el soldado gritó desafiante en una mezcla de miedo y dolor -¡No va a ser tan fácil!- y la figura volvió a desvanecerse en el aire. El soldado posó lentamente al hombre en el suelo y se dispuso a pelear. La muerte volvió aparecer violentamente detrás suyo pero el soldado bloqueó con la espada su guadaña, y con una finta desarmó a la muerte lanzandola lejos. Apuntó su espada al cadavérico rostro de la muerte y susurró -Ahora… ¡Largo!.

Luego de un largo caminar, el soldado y el hombre llegaron a un claro en el medio del bosque. El hombre apenas respiraba y con hilo de voz intentaba decir una palabra - ….migo- Mientras el soldado le traía agua, le limpiaba las heridas y le decía con una sonrisa amistosa -claro que somos amigos- mientras le cambia las compresas de agua de la frente.

De esta forma lo cuido así durante días, pero la fiebre no bajaba. Hasta que después del séptimo día el soldado escuchó una voz profunda y tenebrosa que venía a cinco pasos detrás suyo -creo que quiere decir enemigo - a lo que el soldado contestó -lo sé, vi su uniforme apenas lo rescate del campo de batalla.
-Pero entonces ¿Por qué lo salvaste?- El soldado dejó escapar un suspiro, se dio vuelta, miró fijamente a la muerte y finalmente dijo -Nadie merece morir solo, con frío y lleno de barro. No importa si es amigo o enemigo- Se arrodilló, extendió sus manos y rindió su espada ante la muerte. 

La muerte tomó el arma, la desenfundó, la observó cuidadosamente y la guardó. Luego le dirigió una larga mirada al soldado, le tendió la mano y lo ayudó a incorporarse como quien ofrece su amistad.

Luego de un largo silencio la muerte le dijo una única palabra, como una recomendación y una sentencia -vive- y se desvaneció en el aire.

Muchos años pasaron. Ya pocos podrían recordar esa batalla, pero la amistad entre los que eran antes enemigos continúa. Comparten familias, recuerdos y fraternidad.

Los años pasaron mientras araban el campo, llenos de barro, con el sol en la frente y felices.

Una madrugada en la que la niebla olía a la pronta retirada del invierno, ambos se reencontraron con la muerte como quien se reencuentra con una vieja amiga. 


~Fin~



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